Todo sobre la piedra rubí

El rubí, la piedra de los monarcas

Rojo sangre, llamativo como ningún otro ornamento natural, la piedra rubí ha sido desde siempre una de las gemas con las que reyes y reinas han querido destacar su poder. 

Sus brillos bermellones están presentes en multitud de joyas reales y, según cuenta la leyenda, son capaces de proteger a los legítimos portadores.

Composición y características del rubí

Y eso que su formación es de todo menos sobrenatural. El rubí es hermano de la piedra zafiro; más aún, se trata del mismo mineral, el corindón (óxido de aluminio), sólo que coloreado de forma diferente por el mero azar. Los corindones rojos, pintados por filtraciones de óxido de cromo, son denominados rubís; todos los demás (azules, amarillos o verdes) se denominan zafiros.

¿Dónde se encuentra el rubí?

Es, eso sí, difícil de encontrar como cualquier otro tipo de piedras preciosas. Las sobreexplotadas minas de Birmania, Tailandia y Camboya, en el sudeste asiático, y también localizaciones en India o Afganistán fueron los lugares de extracción de aquellos rubíes casi míticos que traían a Europa las caravanas de la Ruta de la Seda.  También se encuentran en Australia y algunos países de Sudamérica o África, y últimamente se han hallado en la agreste Groenlandia. Cuanto mayor es su tono rojizo, más valor tiene para los expertos.
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El significado del rubí a lo largo de la historia

Un enorme rubí de 250 quilates es la pieza central de la Corona de San Wenceslao, el tocado tradicional de la monarquía bohemia. Se cuenta que esta joya tenía la capacidad de distinguir (y de eliminar) a los usurpadores que intentaban ceñírsela. 

Según la tradición, uno de ellos fue el líder nazi Reinhard Heydrich, que cuando fue enviado por Hitler a gobernar Bohemia y Moravia se la probó en un rapto de vanidad. Murió al poco tiempo en un atentado.

También es curiosa la historia de las joyas de rubíes de María Teresa de Francia, hija de los decapitados Luis XVI y María Antonieta y, según parece, la única integrante de la familia real que sobrevivió a la Revolución. 

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Fue fugaz reina consorte de Francia durante 20 minutos, los que transcurrieron entre la abdicación de su suegro, Carlos X, y la de su marido, Luis Antonio de Francia, en favor de Enrique de Artois, que tampoco llegó a reinar.  Años antes, tras la caída de Napoleón, María Teresa había sido agasajada con un juego de tiaras, coronas, collares y otras piezas de alta joyería compuesto por nada menos que 400 rubíes. Sus herederos fueron poco cautelosos con las creaciones, que se desperdigaron tras su muerte. Entre las legendarias joyas de la corona británica tampoco podía faltar un rubí carismático que al final no lo fue tanto. El Rubí del Príncipe Negro toma su nombre de Eduardo de Woodstock, líder militar del que se dice portaba una armadura oscura para impresionar a los enemigos.  La historia de la gema es enrevesada: fue capturada por el castellano Pedro I el Cruel a los musulmanes, y luego se la regaló a Woodstock por su colaboración en luchas dinásticas.  Estuvo incrustada en la armadura de varios reyes de Inglaterra, entre ellos Ricardo III, que falleció con ella puesta en la batalla de Bosworth Field.  En el período del republicano Cromwell estuvo a punto de ser vendida y de desaparecer, para después reintegrarse en el tesoro y ser la estrella de la pieza con que se coronó a la emperatriz Victoria.  Muchas vueltas históricas para una piedra que, al final, no era un auténtico rubí. En el siglo XIX, con la mejora de los métodos científicos, se descubrió que se trataba de una espinela, un mineral menos raro y, por lo tanto, menos valioso.

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